Cuando pensábamos que todo estaba perdido, que "claro que te clavo la sombrilla" había borrado toda posibilidad de debate después del catastrófico Hallú-rector-de-la-UBA, aparecen los Horacios, Tarcus y González, para pudrirla en una polémica en que la biblioteca y la argumentación son lo de menos y la chicana bien burda, fácil y barata corre como agua. Embarrar la cancha, le dicen.
Resumiendo:
Primer Round: Tarcus dice (en su ilegible carta de renuncia al Secretario de Cultura José Nun) que lo que la biblio necesita es una "modernización tecnológica", algo así como "no jodamos tanto con publicar y con cuestiones culturales, lo que necesitamos son nuevos equipos de microfilmación".
Segundo Round: González contraataca y le responde: "Un pensamiento lineal, con temas de izquierda pero con resultados reales de derecha, con el infantil lenguaje de un capitalismo tecnocrático, no es la solución para la Biblioteca Nacional, que no precisa salvadores abstractos".
En el medio, de la nada, aparece una espectadora que le tira una silla a González: es la querida Hilda Sábato, entrañable representante de la derecha más podrida de la UBA y especialista en cancha embarrada, carnera como pocas, que renuncia a su cargo en el "Consejo asesor de investigadores" de la biblio, y aprovecha para tirarle un poquito de mierda al Horacio mayor.
¿un puterío? ¡No! ¡el mundillo intelectual pseudo-progre tomando a su cargo un organismo estatal!
Lo interesante del caso es justamente su posibilidad de ilustrar los rasgos más notorios de nuestra intelectualidad: Horacio González representa al viejo choto que convence a un montón de psicobolches remera-che-guevara con su retórica plagada de ornamentos y su onda tan particular, mezcla de bohemia con despreocupación, medio Marx, medio hippie.
Tarcus, por su parte, expresa las características del ratón de biblioteca, además de ser el prototipo del intelectual caradura que como nadie sabe nada de él hace y dice cualquier cosa en los medios, mientras que los que sí lo conocen se indignan y no pueden creer que alguien pueda ser tan hijo de puta. (Por ejemplo: que el director del CEDINCI, con toda la platita de su beca Guggenheim, tenga el descaro de hablar de modernización cuando el CEDINCI no tiene ni un catálogo respetable).
Entre estos participantes, lo que interesa (como siempre) no es el debate lastimoso que puedan ofrecer, sino las derivaciones generadas por su incidencia mediática: en primer lugar, las discusiones que surgen en distintos espacios académicos y no tanto (cadenas de mails, gruposyahoo, etc.) acerca del rol del intelectual, sus relaciones con el poder y con los cargos, los vínculos entre la política y la cultura, etc, etc, etc. (aunque también surgen pelotudeces, como aluciones al verdadero apellido de Tarcus y gente cuidando su quintita).
La bastardización de la política genera más política, y es eso lo que ocurre aquí también: de la polémica pedorra y mentirosa de estos viejos patéticos surgen (aunque no con demasiado énfasis) problemáticas tales como los sistemas de consagración de los viejos célebres y los dilemas de la insersión (lamentable en esta oportunidad) de la academia en niveles de organización institucional.
Ojalá que estos debates se mantengan y se profundicen, así no volvemos a los temas que anhelo hayamos tirado a la basura junto con el calendario 2006, esos de la inseguridad y la seguridad privada en las facultades, los "negros" que viven en Filo, etc, etc.
¿un puterío? ¡No! ¡el mundillo intelectual pseudo-progre tomando a su cargo un organismo estatal!
Lo interesante del caso es justamente su posibilidad de ilustrar los rasgos más notorios de nuestra intelectualidad: Horacio González representa al viejo choto que convence a un montón de psicobolches remera-che-guevara con su retórica plagada de ornamentos y su onda tan particular, mezcla de bohemia con despreocupación, medio Marx, medio hippie.
Tarcus, por su parte, expresa las características del ratón de biblioteca, además de ser el prototipo del intelectual caradura que como nadie sabe nada de él hace y dice cualquier cosa en los medios, mientras que los que sí lo conocen se indignan y no pueden creer que alguien pueda ser tan hijo de puta. (Por ejemplo: que el director del CEDINCI, con toda la platita de su beca Guggenheim, tenga el descaro de hablar de modernización cuando el CEDINCI no tiene ni un catálogo respetable).
Entre estos participantes, lo que interesa (como siempre) no es el debate lastimoso que puedan ofrecer, sino las derivaciones generadas por su incidencia mediática: en primer lugar, las discusiones que surgen en distintos espacios académicos y no tanto (cadenas de mails, gruposyahoo, etc.) acerca del rol del intelectual, sus relaciones con el poder y con los cargos, los vínculos entre la política y la cultura, etc, etc, etc. (aunque también surgen pelotudeces, como aluciones al verdadero apellido de Tarcus y gente cuidando su quintita).
La bastardización de la política genera más política, y es eso lo que ocurre aquí también: de la polémica pedorra y mentirosa de estos viejos patéticos surgen (aunque no con demasiado énfasis) problemáticas tales como los sistemas de consagración de los viejos célebres y los dilemas de la insersión (lamentable en esta oportunidad) de la academia en niveles de organización institucional.
Ojalá que estos debates se mantengan y se profundicen, así no volvemos a los temas que anhelo hayamos tirado a la basura junto con el calendario 2006, esos de la inseguridad y la seguridad privada en las facultades, los "negros" que viven en Filo, etc, etc.
3 comentarios:
Todo bien querido..pero al fin de cuentas..qué propones vos?
A ver "anónimo"... leiste el post? parece que no. leelo de vuelta mejor.
Me siento contenido por los negros de Puán!
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